Hay momentos en la vida en que estar presente duele. Tanto, que la mente aprende a irse. A veces ni siquiera lo notamos, pero de pronto nos descubrimos en piloto automático, desconectados/as de lo que sentimos, de lo que pensamos, o incluso de quiénes somos. Eso es disociar.
Aunque suene clínico o lejano, la disociación es mucho más común de lo que creemos. Es un mecanismo de supervivencia: una forma en la que nuestro sistema nervioso protege lo más valioso —nuestra integridad psíquica— cuando el entorno se vuelve demasiado amenazante.
Hoy quiero hablarte de este fenómeno con profundidad y compasión. Porque entenderlo no solo puede aliviar la culpa y la confusión, sino también ser el primer paso hacia la sanación.
¿Qué es la disociación?
La disociación es una desconexión de uno/a mismo/a, de las emociones, del cuerpo, del entorno o del tiempo. Es como si partes de nuestra experiencia dejaran de estar integradas en una narrativa coherente.
Desde una visión integrativa, entendemos que la disociación no es solo un síntoma psicológico. Es una respuesta biopsicosocial al trauma. Involucra al sistema nervioso, al cuerpo, a la memoria, al entorno relacional, y a nuestra historia vital.
No es algo que hacemos “a propósito”. Es algo que aprendimos a hacer para sobrevivir cuando no teníamos otras herramientas.
Tipos de disociación y cómo se manifiestan
Aquí te explico los principales tipos de disociación con ejemplos reales adaptados, para que puedas identificarte (o comprender mejor a alguien cercano):
1. Disociación emocional
Desconectarte de lo que sientes para no sufrir.
Ejemplo: Marta, de 34 años, se enfrenta a un conflicto con su pareja. Él la grita. Ella no llora, no responde, no siente nada. Solo piensa: “No es para tanto”. Creció con un padre impredecible, y aprendió a no sentir para no ser vulnerable.
2. Despersonalización
Sentirse separado de uno mismo, como si fueras un observador de tu cuerpo o tus pensamientos.
Ejemplo: Andrés, 22 años, camina por la calle y de pronto siente que su cuerpo es “ajeno”. Como si lo estuviera viendo desde fuera. Acaba de terminar una relación abusiva y nunca pudo hablar de lo que vivió.
3. Desrealización
El mundo se siente irreal, como si estuvieras soñando.
Ejemplo: Carla, 29, sufre ataques de pánico y, durante ellos, dice que todo “parece falso, como una película”. Fue testigo de un accidente automovilístico hace dos años y desde entonces su ansiedad nunca volvió a ser la misma.
4. Amnesia disociativa
Pérdidas de memoria no explicables por causas médicas.
Ejemplo: Sebastián, 40, no recuerda gran parte de su infancia. Sabe que “algo pasó”, pero su mente se niega a acceder. Solo siente un vacío cuando intenta recordarlo.
5. Identidad disociativa (antes TID)
Fragmentación extrema del sentido del yo.
Ejemplo: Eva, 36, siente que hay “partes” de ella con diferentes voces internas. A veces, actúa o escribe como otra persona. Fue víctima de abuso sexual infantil.
¿Cómo afecta la disociación a nuestra vida diaria?
- Nos desconecta del aquí y ahora.
- Complica nuestras relaciones: evitamos la intimidad o reaccionamos desde el miedo.
- Sabotea nuestra capacidad de elegir: actuamos desde automatismos.
- Puede llevar a síntomas como ansiedad, depresión, fatiga crónica, o autolesiones.
- Nos impide sentirnos “completos” o en casa dentro de nuestro cuerpo.
¿Y ahora qué?
Si te has sentido identificado/a con estas palabras, quiero que sepas algo fundamental:
No estás roto/a. Estás adaptado/a.
Tu mente hizo lo mejor que pudo con los recursos que tuvo. Y si aprendiste a disociarte, también puedes aprender a reconectarte. A sentir con seguridad. A estar en tu cuerpo sin que eso duela. A confiar.
Sanar no es inmediato. Es un proceso que requiere cuidado, presencia y apoyo. Pero es posible. No porque lo diga un libro, sino porque miles de personas lo han hecho.
Un mensaje para ti
La disociación puede ser una cárcel invisible, pero también una señal de que fuiste más fuerte de lo que nadie imaginó. No te juzgues por cómo sobreviviste. Ámate lo suficiente como para buscar ayuda.
Tú mereces habitarte.