Una de las experiencias más delicadas que acompaña a muchos procesos terapéuticos es la transformación de los vínculos familiares. Con el paso de las sesiones, muchas personas empiezan a reconocerse a sí mismas, a identificar lo que les duele y a ejercer un acto de profundo cuidado: poner límites.
Aunque esto suena saludable (y lo es), para quienes los rodean, especialmente figuras parentales, este cambio puede sentirse como una amenaza.
“Desde que va a terapia, ya no es la misma persona”
Esta es una frase que, como psicóloga, he escuchado en más de una ocasión. Y detrás de ella, suele haber dolor, confusión e incluso enfado. Para muchos padres o madres, el inicio de una terapia por parte de sus hijos o hijas se vive como un acto de separación, como si la ayuda profesional fuera una barrera que los alejara de ellos. En algunos casos, incluso he sido acusada de «cambiar a sus hijos», como si mi rol fuera moldear sus pensamientos y alejarlos de su familia o de poner en duda mi profesionalidad y valía.
Pero la realidad es otra. La terapia no borra vínculos, los resignifica.
El mito de que poner límites es sinónimo de alejamiento
En muchas culturas, se valora la cercanía familiar como una forma de amor absoluto, a veces incondicional hasta el punto de ignorar las necesidades individuales. Así, cuando un hijo o hija comienza a decir “no”, a establecer su espacio, o simplemente a expresar lo que le incomoda, esto puede ser leído como una falta de amor, acto de desobediencia o egoísmo.
Pero poner límites no es rechazar al otro. Es reconocerse a uno mismo.
Un límite es una frontera emocional que nos protege. Decir “esto no me hace bien” o “prefiero no hablar de este tema ahora” no implica dejar de querer a alguien. Al contrario, muchas veces es una manera de preservar la relación desde un lugar más sano.
¿Qué hay detrás de la resistencia?
Cuando una madre o un padre se siente herido/a porque su hijo o hija empieza a poner límites, es importante hacerse algunas preguntas:
- ¿Estoy escuchando realmente lo que necesita o me estoy defendiendo de lo que duele?
- ¿Por qué me resulta tan difícil aceptar su autonomía?
- ¿Qué ideas tengo sobre lo que significa ser una “buena madre”? ¿Están basadas en el control o en la conexión?
- ¿En qué rol me sitúo con respecto a nuestra relación?
Aceptar los límites del otro también es una forma de crecer emocionalmente. Implica respetar los procesos individuales, aunque no los entendamos del todo.
La terapia no rompe familias: sana las heridas invisibles
Lejos de dividir, la terapia busca sanar. Muchas veces lo que aparece como “distancia” es en realidad un intento por crear una relación más auténtica, menos basada en expectativas y más en lo que cada parte necesita.
Como profesional, no tengo el poder de cambiar a nadie. Lo que hago es acompañar procesos de autoconocimiento y cuidado. Lo que cambia a las personas es su propia valentía para mirar hacia adentro.
Un cierre necesario
Si estás atravesando este proceso —como hijo/a, madre o familiar— te invito a que puedas reflexionar sin juicio. Quizás el mayor acto de amor no sea acercarte para controlar, sino dar espacio para que el otro crezca.
Y si alguna vez sentiste que alguien en tu familia se alejó por poner un límite, intenta verlo desde otra perspectiva: tal vez no se alejó de ti, sino de aquello que ya no podía sostener.